Una vez me senté en una escalera cerca de una puerta en la ciudadela de David. Dejé mis dos pesadas cestas a mi lado. Un grupo de turistas se paró allí alrededor del guía y me usaron como punto de referencia. «¿Ves a este hombre con las cestas? Un poco a la derecha de su cabeza hay un arco de la época romana. Un poco a la derecha de su cabeza». ¡Pero se mueve! ¡Él se mueve! Pensé: la redención vendrá solo si se les dice: «¿Ven el arco de la época romana allí? ¡No importa! Pero junto a él, un poco a la izquierda y debajo, está sentado un hombre que compraba frutas y verduras para su casa».
Yehuda Amijai, Turistas
Aunque he vivido la mayor parte de mi vida adulta en Jerusalén, no nací aquí. Nací en Petaj Tikva, una ciudad al este de Tel Aviv, pero teníamos una tía que vivía en Jerusalén con su familia y solíamos visitarlos dos veces al año. Cuando era muy joven tomábamos el tren, pero más tarde mis padres compraron un carro y manejábamos hacia arriba, hasta las montañas, para llegar a su casa, que estaba ubicada en uno de los barrios religiosos de la ciudad. Todavía recuerdo cómo mi mamá nos vestía muy elegantes y nos advertía que nos comportáramos bien en la casa de la tía. El viaje era largo, así que solíamos quedarnos a dormir allí por la noche.
Mi tía tenía una casa típica de Jerusalén, hecha de piedra, con techos altos, pisos pintados y vidrios de colores en las ventanas. La casa y la ciudad misma, con los callejones estrechos, las casas de piedra, las murallas y torres de la ciudad vieja, los pinos, el viento fresco y la atmósfera sagrada me impresionaban mucho. Me sentía como si estuviera caminando dentro de la historia.
Todavía veo este sentimiento en los ojos de nuestros huéspedes y visitantes. Mis amigas de Tel Aviv siempre me dicen que cuando vienen a Jerusalén se sienten como si se hubieran ido al extranjero, y entiendo totalmente lo que dicen. Jerusalén tiene un efecto especial en las personas: la atmósfera espiritual, la romántica, el profundo significado que muchos lugares tienen para tanta gente alrededor del mundo te hacen sentir que estás en un lugar único. Incluso hay quienes se vuelven locos cuando vienen aquí. El síndrome de Jerusalén es una enfermedad psíquica conocida y entre 4-50 personas afectadas por este síndrome son hospitalizadas en el Centro de Salud Mental de Jerusalén cada año.
Calle Yoel Solomon
Pero para mí, Jerusalén es nuestro hogar y en lo que pienso es en nuestra vida cotidiana aquí: ¿Cómo está la escuela de nuestro barrio? ¿Está limpia nuestra calle? ¿Por qué los impuestos municipales son tan altos y qué hacen con el atasco de la vía al centro comercial? Según la fe judía, hay dos ciudades de Jerusalén: una de arriba y otra de abajo. Una ciudad que es celestial y santa y otra que es terrenal y tiene problemas como cualquier gran ciudad.
Trabajo en la municipalidad de Jerusalén y debo lidiar cada día con muchos desafíos, algunos de ellos son particulares de Jerusalén: organización de diferentes programas para diversos grupos: ultraortodoxos y seculares, judíos y árabes, familias numerosas que viven en apartamentos diminutos y fuerte influencia de los líderes religiosos, preservación de una forma de vida única mientras se adapta a la modernidad y se reducen las tensiones entre las diferentes sociedades aquí.
Mi trabajo está totalmente vinculado con la Jerusalén de abajo, pero es suficiente que salga de mi oficina cerca de la ciudad vieja y escuche las campanas de las iglesias el domingo o el almuédano de la mezquita llamando para rezar o las oraciones de las personas en la sinagoga frente a nuestra casa para conectarme con la Jerusalén de arriba y recordar nuevamente que vivimos en uno de los lugares más especiales del mundo.
Por Carmit Federman
Trabajadora social de la municipalidad de Jerusalén. Amante de la lengua española, la cual estudia desde hace apenas cuatro años.
Calle y vistas de la ciudad vieja de Jerusalén
Iglesia de Santa María Magdalena (iglesia ortodoxa rusa) y vista del monte de los Olivos
Vistas de la ciudad vieja desde el malecón de las murallas de Jerusalén
Tel Aviv es una ciudad de sirenas y de coches, de palmeras y torres de cristal, de casas frágiles como la arena, de grúas altas iluminadas en la noche.
Yala, yala, Tel Aviv no descansa, se mueve a la velocidad supersónica de los aviones que antes surcaban el cielo, día y noche. Aviones que viajaban a destinos lejanos como Chicago o Tokio, que se anunciaban con sus tripulaciones glamurosas en grandes carteles de publicidad sobre los edificios. Lejos, todo el mundo sueña con viajar, con irse lejos, incluso los que vienen para quedarse.
Yala, yala, Tel Aviv se mueve al ritmo de los coches que, como un bucle infinito, entran y salen de la ciudad; de los trenes rojos con viajeros silenciosos que cruzan el país de norte a sur; de las sirenas de las ambulancias; de la voz de mujer que escapa de los autobuses y nombra las paradas. La estación de HaShalom bulle de gente: mujeres con turbantes elevados como zigurats, soldados con cara de niño y fusiles gastados a la espalda, chicas de uniforme con sandalias y bolsos de Prada, hombres oscuros de traje y sombrero, mujeres de gestos elegantes y delgados, etíopes hermosos y esbeltos con tupé, madres con niños, niñas de faldas largas y blusas cerradas…
Yala, yala, jóvenes sobre monopatines y bicicletas eléctricos sortean los autobuses y los coches. A veces van montados dos o, más difícil todavía, tres y cuatro amigos, haciendo zigzag, de un lado a otro, arriba y abajo de la ciudad, con cascos de colores brillantes, orejas de gato y crestas mohicanas.
Yala, yala, también el mercado va sobre ruedas. En HaTikva, que significa esperanza –moderna corte de los milagros–, ancianos marchitos recorren los puestos de verdura en cochecitos de tres ruedas. Hasta hay un hombre que quiere ser pirata y, en lugar de una pata de palo, lleva una silla de ruedas, y un pañuelo en la cabeza y un loro de un verde imposible y una bandera.
Mientras, la playa no sabe de banderas ni de edades y está abarrotada de bañistas. Cerca, las terrazas y los cafés, con sus faroles de noche de verbena, están llenos de jóvenes que fuman y beben y hablan alto, ajenos al corona.
Rega, rega, el sol, naranja como una yema de huevo, rojizo como un sol japonés, se oculta tras los edificios altos de cristal, con sus nombres como estrellas en un mapa: HaPoalim, Nissan, Electra…; se oculta tras las palmeras, las grúas, el ruido de coches y sirenas que anuncian ambulancias o misiles. Vigilante, la torre de control militar se eleva sobre el tráfico de Kaplan, con esa forma de trampolín iluminado y ese cielo morado de un cartel de Renau.
Rega, rega, llega Shabat y el ruido de la ciudad desciende, como la quietud antes de una tormenta. El cielo descansa, se vuelve doméstico, con sus tejados de depósitos de agua, paneles solares, cables y antenas. Se escucha el run-run constante de los aires acondicionados, los niños que juegan en los patios, el rumor de las familias.
Rega, rega, mientras, no muy lejos de Tel-Aviv, a orillas del mar Muerto, un socorrista rompe por un momento el silencio. “Relax on your back”, nos ordena por megafonía a los turistas que flotamos en el agua como un balón de playa, con las montañas borrosas, fuera de foco, de Jordania al fondo y un azul irreal que no es azul. Es un silencio nuevo, como el principio del mundo.
Alicia Martínez vive y trabaja, entre libros, en Tel Aviv. Estudió Bellas Artes en Madrid y su práctica artística se sitúa en torno a la edición de fanzines con fotografías propias o encontradas entre los álbumes familiares. Son casi siempre imágenes —memorias fragmentadas— de momentos de ocio, de un tiempo propio. Ha publicado los fanzines de fotografía Carnet de baile, Siempre es domingo y Una muchacha en bañador.
Keith Roughton es un fotógrafo inglés que reside en Tel Aviv desde hace unos años, después de vivir en Londres y Madrid. Actualmente trabaja en un proyecto titulado “The passer by”, una serie de fotografías de calle que comenzó en 2015 y que ofrece una mirada atenta donde se entretejen dos ciudades, Madrid y Tel Aviv.
La primera vez que visité Rejovot era finales de febrero y los naranjales estaban cargados. El olor de las naranjas, que un siglo atrás fueron el medio de vida de la ciudad y ahora son un adorno del paisaje urbano, perfumaba el aire. Pensé que ese olor le daba una personalidad particular a la pequeña ciudad. Mientras caminaba de la estación central de autobuses, atravesando callecitas que algunas veces parecen detenidas en el tiempo, me vino a la mente la historia de las primeras ciudades judías –cuando el Estado de Israel era apenas un sueño–, de las que Rejovot forma parte.
Es una historia de un tipo de tenacidad y arrojo que los olim de las últimas décadas desconocemos. Cuando vemos un Israel pujante y tecnológico olvidamos los orígenes humildes, previos a la creación del Estado, de ciudades como Rejovot, que con otras como Petah Tikva (1878), Rishon LeTsion (1882), Nes Tsiona (1883) y Hadera (1881), conformaron algunos de los primeros asentamientos judíos que darían lugar al nuevo Israel.
Un poco de historia
Rejovot se fundó como una colonia agrícola (moshavá) en 1890, en tierra comprada al estado feudal otomano por la sociedad Menuja VeNajala, una organización judía polaca que buscaba impulsar el establecimiento de judíos en Éretz Israel. Entonces eran 280 personas. En 2019, según estadísticas publicadas en 2020, la ciudad contaba con una población de 143.904 habitantes.
La primera casa construida por aquellos pioneros todavía está en pie: Beit Yosefson (Casa Yosefson), así como el primer árbol, ambos en la calle Yaakov, la cual recibió su nombre en honor a Yaakov Broida, director de la asociación Menuja VeNajala. En 1904 se construyó la primera sinagoga, Ohel Sarah, en la calle Binyamin, adyacente a la primera calle.
Primer árbol, calle Yaakov
Sinagoga Ohel Sarah, construida en 1904
Aún hoy esas primeras calles, junto con la Herzl, la calle principal, son el corazón de la ciudad, y muchos de los sitios históricos han sido restaurados o están en proceso de restauración.
Beit HaAm, sala cultural
Trabajos de restauración de Beit Yosefson
Trabajos de restauración de Beit Yosefson
Las plantaciones iniciales fueron viñedos, almendros y cítricos, pero los habitantes tuvieron que enfrentar fallas agrícolas, enfermedades de las plantas y problemas de comercialización. Sin embargo, Rejovot logró mantener su independencia económica gracias al apoyo del barón Rothschild. La bodega de Rishon LeTsion absorbió la cosecha de uva a un precio subvencionado, por lo que la vid era rentable.
Primera bodega de Rejovot
En 1904 Zalman Minkov planta el primer huerto de cítricos, en un terreno de 150 dunams, iniciando así el desarrollo del ramo de cítricos por el que Rejovot recibió el título de “Ciudad de los Cítricos”.
El lugar se ha transformado en el museo Atar Hapardesanot Minkov (Sitio del Huerto de Minkov, Minkov Orchard Site), donde puede visitarse la historia de aquellas plantaciones en las que los trabajadores de la segunda aliá revivieron el idioma hebreo y plantaron las semillas de un nuevo país.
Museo Atar Hapardesanot Minkov
Uno de los elementos dominantes de Rejovot es la presencia de la comunidad yemenita. Las primeras familias llegaron en 1907 desde Jerusalén, Yafo y el Kinéret para trabajar como agricultores. Se instalaron en un terreno que les fue cedido al sur de la ciudad, luego conocido como el barrio Shaaraim. En 1911 cientos de familias llegadas directamente desde Yemen se instalaron en Rejovot. Desde entonces la ciudad lleva la impronta de la cultura yemenita. Aún hoy pueden verse personas mayores vistiendo ropas tradicionales yemenitas.
Yemenite Jewish Heritage Center, Centro del Patrimonio Judío Yemenita
Ciudad de la Ciencia y la Cultura
Desde su fundación Rejovot contó con gente de letras entre sus habitantes, como el prolífico escritor Moshe Smilansky, quien se estableció en la ciudad en 1893. Su sobrino Yizhar Smilansky, nacido aquí en 1916, es uno de los grandes nombres de la literatura israelí.
En 1932, la estación de pruebas agrícolas se trasladó de Tel Aviv a Rejovot. La estación echaría las bases de los estudios de agricultura en Israel: en 1942 se inaugura el Instituto de Estudios de Agricultura, que luego se convertiría en la Facultad de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
En 1934, el Dr. Jaim Weizmann fundó el Instituto de Investigación Sieff en Rehovot, que luego pasó a llamarse Instituto de Ciencias Weizmann, uno de los institutos de investigación más prestigiosos del mundo. El Dr. Jaim Weizmann, primer presidente del Estado de Israel, quien también era un científico de renombre mundial, construyó su casa en la ciudad. La casa fue diseñada por el arquitecto Eric Mendelssohn en 1937 y se llamó la “Casa del Presidente”. En el jardín que la rodea se encuentran las tumbas de Vera y Jaim Weizmann. En 1978 el edificio se convirtió en museo.
Instituto de Ciencias Weizmann. Al fondo el acelerador de partículas
En 1963 se estableció el Centro para el Estudio de los Asentamientos. Además de estos se encuentran en la ciudad: el Instituto para el Control Biológico de Plagas de Cítricos, el Instituto Israelí para el Vino y el Peres Academic Center College. En 1985 abrió la Escuela de Medicina Veterinaria Koret como parte del campus de la Universidad Hebrea de Jerusalén. La ciudad cuenta con un complejo industrial y de oficinas llamado Park Hamadá (Parque de la Ciencia).
Todo esto ha dado a Rejovot el título de la Ciudad de la Ciencia y la Cultura.
Cítricos, ciencia y espíritu: estas fueron las tres características de la antigua colonia agrícola y, por lo tanto, también el símbolo de la ciudad de Rejovot está compuesto por frutas cítricas, un microscopio y un libro.
Escudo de Rejovot
«Venir a Rejovot era venir a un lugar con un rostro. Tenía solidez, tenía sombra, tenía formalidad y franqueza. Había con quien hablar sobre temas de suma importancia y sobre temas de ninguna importancia. Las arboledas de naranjos eran fértiles y casi azules de verdor. (…) Y existía un eterno corazón que latía todo el tiempo, una y otra vez, y el agua llegaba día y noche desde las profundidades de la arenosa tierra de cultivo sombreada por los naranjos».
Yizhar Smilansky (Rejovot, 1916 • Meishar, 2006)
Rejovot siglo XXI
Biblioteca municipal Joseph Meyerhoff
Lo que más atrae de Rejovot es que no quiere ser otra ciudad, no quiere imitar. Solo quiere conservar su historia. Ha ido creciendo, pero no de manera desmesurada ni a costa de su memoria. Espero que se conserve así. No que se detenga para preservar el pasado, sino que siempre sepa mirar hacia delante sin perder de vista de dónde viene.
Decidí venirme a Rejovot porque me gusta la atmósfera de esta ciudad cuyo lema es “ciencia y cultura”. Hay algo en sus pequeñas calles y en su historia que me parece entrañable, aunque está lejos de la armonía que describe Yizhar Smilansky. Debo admitir que encuentro un poco de altanería en sus gentes. Será precisamente por eso que me gustó. Siendo la introvertida que soy, sé apreciar su amable distancia. Muy pocas veces alguien se dirige a uno en la calle, como sucede en otros lugares de Israel, incluso Tel Aviv, pero el trato es correcto y la atención al cliente buena, y se agradece. Esperamos tu visita, apreciado lector. Mi casa es tu casa.
Festival Internacional de Estatuas Vivientes, el evento más esperado del verano en Rejovot desde 2009 (suspendido en 2020)
Guiños
Contrastes arquitectónicos
Créditos fotográficos: todas las imágenes pertenecen a Fanny Díaz, excepto la imagen del Museo Atar Hapardesanot Minkov (®In My Backyard) y de Yemenite Jewish Heritage Center (®Wikipedia).
Fuentes
Nota: parte de este texto ha sido traducido de la página web de la municipalidad de Rejovot y del Archivo Histórico de la ciudad, cortesía del historiador Dr. Amiad Brezner, voluntario experto en el archivo y las familias fundadoras.