En el sur de Israel: moshav Shuva

El autobús que va hacia Beer Sheva me deja en medio de una carretera solitaria. Aunque a mi derecha se extiende un terreno verde, con sembradíos que no puedo identificar dados mis nulos conocimientos de agricultura, la sensación es que estoy en medio de la nada. Lógico, pienso, estoy en el desierto. En la zona noroeste del Negev, para ser exactos. A no tantos kilómetros de aquí está el pleno desierto, uno de mis sueños, pero esta vez mi destino es visitar a mis amigos en el moshav Shuva.

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Frente a mí aparece la señal de que estoy en el lugar correcto: un gran muro con el nombre del moshav, que incluye la cita de los Salmos de donde los fundadores tomaron la referencia para designar el lugar.

Retorna (shuva), oh Dios, a nuestros cautivos, cual cauces en el Negev (Salmos 126:4).

Desde la carretera hasta el centro del moshav hay una buena caminata, alrededor de quince minutos, que hago con la alegría del descubrimiento. Como se sabe, me he quedado en esa edad en que todo lo nuevo parece bueno.

Cuando llego, una gran fiesta comunitaria me da la bienvenida. Nada personal, claro, pero me lo tomo como un gesto de generosidad hacia mí.

MoshavShuva_VentanaAlgunas semanas después volvería a pasar un Shabat entre amigos. En la mañana del sábado fuimos a la sinagoga y luego compartimos un kidush comunitario al aire libre. La mayoría de la gente que conocí eran parejas jóvenes, de diferentes tendencias dentro del judaísmo, todos juntos.

Luego del kidush nos sentamos en esteras dispuestas en el suelo, a hablar, a tomar un poco de sol, a disfrutar de los amigos… a compartir, que es lo que hace la gente cuando vive en comunidad.

En Shuva la mayoría vive en casas conocidas como caravan, construcciones portátiles muy similares a un tráiler de viaje, de donde supongo viene su nombre. En este sentido, no muy diferente de otros moshavim que he visitado. Algunos pobladores más antiguos han construido casas espaciosas y de diseños únicos, impensables en zonas urbanas. Mis amigos han comenzado a construir la suya a partir de containers, con un proyecto arquitectónico profesional. La idea me parece fascinante. Mientras los demás duermen la siesta de Shabat, me dedico a escrutar los detalles de la construcción. Es Shabat y no puedo tomar fotografías. En mi próxima visita, probablemente la casa esté lista, o casi.

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Tras la siesta vamos a visitar una caballeriza y los campos, lo único que nos recuerda que estamos en un moshav. Al terminar Shabat, es hora de regresar. Todas las líneas de autobús que van de Beer Sheva y Netivot hacia el centro del país deben pasar frente a la entrada del moshav, e incluso hay una parada que lleva su nombre. Después de todo, no es verdad que estamos en medio de la nada; es la voz de mi alma urbana, un poco aturdida por tanto aire puro, lo que me lleva a pensar esto.

La vida de Shuva toca algo profundo en mí. Quizás nunca sea capaz de compartir la cotidianidad de una comunidad como esta, pero la sensación de casa me queda por unos cuantos días. Es otro Israel, el de los sueños pioneros. El Israel por el que gente como yo está aquí. Mi casa es tu casa. El viaje continúa.

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Fanny Díaz

 

 

Información de interés

Moshav, plural moshavim: poblado cooperativo, originalmente dedicado a la agricultura, fundado en la primera mitad del siglo XX por la segunda inmigración judía (aliá) a Israel.

Un poco de historia

El moshav Shuva fue establecido en 1950 por inmigrantes de Trípoli, Libia, a quienes más tarde se unieron inmigrantes de Argelia y Túnez. En 1957 los residentes tunecinos abandonan Shuva para fundar el moshav Zimrat.

En 2016 el moshav contaba con 622 habitantes, una mezcla de descendientes de las familias fundadoras y un número de familias jóvenes, establecidas aquí por diversos programas de poblamiento de la zona del Negev.

Shuva pertenece al consejo regional Sdot Negev, uno de los siete consejos en los que se divide la zona noroeste del Negev (Jof Ashkelon, Lajish, Sha’ar HaNegev, Sdot Negev, Eshkol, Bnei Shimon y Merjavim).

Fuentes

Or Movement en el Negev 

New pioneers of the Negev desert

A Day in the Western Negev

 


Manos a la esponya y bienvenido a Israel

Comienzos_ViejacasanuevaNunca hubiera imaginado que fregar el piso podría llegar a ser un código cultural, o cuando menos lo más próximo a un rito de pertenencia femenino –y quizás también masculino, pero de ello no puedo dar testimonio, por razones obvias– que he conocido. Pero no limpiar de cualquier manera. En Israel el elaborado ritual recibe el nombre de esponya, y como todo código responde a normas “que regulan unitariamente una materia determinada” (rae.es). Por eso existen los códigos, porque éstos son una de las pocas formas de asegurar que algo pasará de una generación a otra sin mayores variantes.

Iniciar al recién llegado –y algunas veces a quien ya no lo es tanto pero aún no ha entendido bien los intríngulis del asunto, como es mi caso– en el arte de la esponya es sin duda un gesto de buena voluntad y acogida. Para quienes llegan, abrirse a otras maneras de hacer incluso las cosas más simples es asumir la disposición de aceptar nuevas reglas. Un rito de pasaje por donde se mire.

Aunque elaborado y codificado, el proceso de la esponya no responde a principios complejos. En Israel no hay tiempo ni paciencia para eso. Se trata básicamente de una manera de lavar el piso con mucha agua y esfuerzo.

Por supuesto, como paso previo el piso debe haberse barrido. A continuación se preparan los instrumentos para la esponya. Nada de ir a buscar lo que se necesite “como vaya viniendo”. Todo debe estar listo antes de comenzar. Para esto se llena un balde de agua con jabón, limpiador para pisos o lejía (aquí llamada ‘económica’, lo cual merecería un capítulo aparte), que a continuación se vacía en la superficie a lavar.

En casos extremos se frota el piso con una escoba para quitar el sucio y luego se saca el agua con lo que en algunos países llamamos haragán o más comúnmente secador de pisos. En días “normales” puede prescindirse de la escoba. Si se está en modo obsesivo, se vuelve a cubrir el piso con agua limpia, pero en la mayoría de los casos simplemente se pasa el coleto o mocho mojado para asegurar que el piso haya quedado bien limpio. Muchos años atrás, según cuentan, se usaba para esto un aparatoso palo con esponja llamado esponyador­, de donde proviene el nombre de la tarea que nos ocupa. Por último se pasa un trapo seco.

Uno diría que después de esto el piso quedará limpio durante meses, pero no. Si se trata de una oficina o una escuela, al día siguiente hay que volver a lavarlo de la misma manera. Y en casa, cada semana o con la frecuencia que el ánimo doméstico lo disponga.

Lavar el piso con balde y trapo, tal como se usa en innumerables países alrededor del mundo, es conocido como esponya americait, sinónimo de básicamente limpiar con agua sucia. Y no les falta razón, claro.

Pese a mis esfuerzos antropológicos aún no he podido dar con una versión confiable de sus orígenes culturales. He leído que en algunos países de Europa del Este se usa un método de limpieza parecido, pero desconozco si tiene el carácter de marca cultural que detenta la esponya en Israel.

Limpiar, con cualquier método, no entra en mi lista de actividades predilectas, pero si en nombre de la pertenencia hay que dominar la técnica de la esponya, sea bienvenido este rito de pasaje. Espera, ¿sólo hace falta esa lección y su correspondiente práctica para considerarse israelí? Walla, leat leat, lo col caj pashut. Por Dios, poco a poco, no es tan simple.

Fuentes: experiencia personal. Si alguien tuviera dudas de mi versión, sólo tiene que consultar esta “Guía para principiantes en cinco pasos”.

Fanny Díaz


Un alto en Givat Shmuel

Escultura Givat ShmuelMi segunda parada fue Givat Shmuel. Necesitaba un espacio para estar con los amigos de “antes”, escuchar el acento caraqueño, comer arepas, tequeños y hallacas fuera de temporada. Necesitaba sentirme protegida por una comunidad que quedó atrás, hoy repartida por el mundo, cuyos vínculos tratamos de conservar en Israel.

No intentamos levantar un gueto venezolano, como pudiera interpretarse. Lejos de esto. Pero no podemos tampoco olvidar quiénes somos, de dónde venimos, cómo hablamos, qué comemos. No podemos negarle a los que vienen atrás una herencia que ha atravesado continentes, una y otra vez, que se fortalece con cada intercambio y se hace única. Es Marruecos, tumbao caraqueño con jaquetía, Europa de posguerra y esperanza hecha vida en Venezuela, palabrotas de Maracaibo, aires del Ávila, recuerdos sin nostalgias. Somos muchos y uno. Ahora somos israelíes. Estamos en casa, pero sabemos que allá hay otra casa, otros afectos, tantos afectos. Que siempre nos veamos en alegría, como dice uno de los más bellos saludos sefardíes.

Venezuela en Givat Shmuel
Un rincón de Venezuela en Givat Shmuel

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Escultura Bajista Givat ShmuelGivat Shmuel es una pequeña ciudad en el Distrito Central de Israel, localizada en la zona este del área metropolitana conocida como Gush Dan, que comprende la ciudad de Tel Aviv y sus alrededores. Vecina de Petah Tikva, Bnei Brak y adyacente al campus de la Universidad de Bar Ilan, Givat Shmuel es un excelente punto desde el cual moverse en el Gush Dan, y por añadidura en el resto de Israel.

Es considerada una de las ciudades con mayor índice educativo de Israel debido al alto número de estudiantes que obtienen la certificación de matriculación (bagrut) de la escuela secundaria. Se habla también de su alta tasa de aliá exitosa –inmigrantes que se han mantenido en Israel por más de cinco años–, y se nota.

Uno de los detalles que más me impresionó fue el respeto con el que las personas hablan de su alcalde, quien a pesar de su responsabilidad cumple con las tareas que le asigna la sociedad de padres en la escuela pública a la que asisten sus hijos.

La vida en Givat Shmuel es sencilla, familiar y de estrechos lazos sociales. Un complejo de tres centros comerciales, un centro deportivo público, áreas verdes y mucha amabilidad conforman su día a día. Aunque es una ciudad joven y dinámica, da la impresión de ser un lugar para familias jóvenes y parejas recién casadas. Para quien esté interesado en la movida nocturna y tener diversidad a la hora de entretenimiento, esta ciudad no parece ser una buena opción, a pesar de su cercanía a Tel Aviv. Pero quien busque un lugar para sentirse en casa, tendrá aquí las puertas abiertas.

GivatShmuel2_Viejacasanueva
Nuevo urbanismo para una ciudad en expansión

Por Fanny Díaz

Fuentes e información útil

Página de la municipalidad | http://www.givat-shmuel.muni.il/

Transporte | https://en.wikivoyage.org/wiki/Givat_Shmuel#Q152641

Wikipedia (inglés) | https://en.wikipedia.org/wiki/Giv’at_Shmuel

Division

El hada de las flores

Florista AshdodUno de mis primeros vínculos con Israel fueron las flores, y siguen siéndolo. Año tras año, viernes tras viernes, el ritual de comprar flores me ha mantenido conectada conmigo misma y con la belleza del mundo. Las flores me han salvado cada vez que he estado a punto de caer.

Así conocí a Tania, ahora mi amiga, una vendedora de flores que a la vez es florista y ama “darle felicidad y belleza a la gente”, como ella describe lo que hace. En una de nuestras primeras conversaciones me contó cómo llegó a las flores tras haber trabajado como policía por años. Un cambio radical, si se piensa en oficios. Siempre había querido ser florista y un día comenzó un curso casi a escondidas. Tras un divorcio intempestivo, se refugió en las flores y poco a poco encontró allí el centro de su mundo.

En mi último día en Ashdod, Tania me invitó a tomar un café, me dio un gran abrazo y me regaló un par de medias para el frío de Jerusalén. También me regaló un abrigo francés para fuera elegante por la vida, sin por supuesto mencionarlo. Hablamos de los sueños, los planes y el mundo. También de la importancia de creer con toda la fe posible que al final todo saldrá bien, siempre. “Hihié beséder”. Nunca hasta entonces había pensado en los lazos que pueden llegar a establecer dos mujeres, inmigrantes para más señas, que tienen una pasión en común. Nunca hasta entonces se me había ocurrido que la gente que da felicidad y belleza mantiene el mundo a flote.

Flores Ashdod

Por Fanny Díaz

Division

Maletas de historia

Siempre soñé con reducirlo todo a un morral, soltar las amarras y recorrer el mundo. Un día aquí, otro allá, mañana quién sabe dónde. Me iría con mi escritura y mi angustia a otra parte, cualquier parte, siempre una nueva parte. Lo mío sería la travesía perpetua de una beduina intercontinental.

Y heme aquí, con dos maletas gigantescas en un cuarto minúsculo al sur de Israel. Alguien quiere cambiar de vida y se lleva la antigua a cuestas. Escoge las cosas que se imagina extrañará y las va poniendo en una maleta. Cuando se da cuenta, no es suficiente una. De pronto, al otro lado del mundo se sorprende viviendo casi la misma vida, con casi las mismas cosas y, peor aún, casi la misma angustia.

Hace falta más que cruzar un océano para cambiar de vida. Hace falta dejar atrás, y también preguntarse si “cambiar de vida” no es una pretensión carente del más básico sentido histórico. Hace falta encontrar un equilibrio entre dejar atrás y cargar con maletas de historia, si no, puede uno llegar a convertirse en alguien siempre de paso sin moverse: no en un ciudadano del mundo, como soñaron los abuelos, sino en un nostálgico. Sí, es necesario mirar por el retrovisor, pero para seguir adelante hay que estar alerta, en el aquí y ahora. Tomar y soltar, una y otra vez.

Seguramente algún día lograré mi sueño de vivir en un morral. Por lo pronto esas maletas gigantescas son un recordatorio de los sueños. Dondequiera que uno esté debe encontrar la manera de mirar el mundo desde esa edad en que todo lo nuevo parece bueno.

Fanny Díaz

¿De dónde no eres?

Exotismo en el shuk*

Esta cara que tengo la heredé de una tatarabuela a la que nunca conocí. Un rasgo más, uno menos, dicen todos desde que era niña, soy el “vivo retrato” de ella, aunque tampoco ninguno de ellos la haya conocido. No es nada excepcional, pero ciertamente en la familia entre la que me crié nadie tiene una cara como la mía.

Así, he ido por la vida con esta cara de todas partes y de ninguna. En Venezuela siempre creían que era extranjera, lo cual no pocas veces me hizo víctima de algún policía con ganas de ganarse una plata extra a costa de una indocumentada (vaya chasco que se llevaron cada vez). En Holanda creían que era de Indonesia. En Nueva York, mexicana. En Israel, donde hay gente de lugares inimaginados, siempre soy de algún lugar exótico, para bien o para mal.

Aparentemente, aquí hay muchos nepalíes, a juzgar por las preguntas de la gente, y yo parezco ser una de ellas. También podría ser filipina o tailandesa. Las primeras son cuidadoras de viejitos; las segundas, tienen el oficio más antiguo del mundo. Así que la pregunta de si soy nepalí es lo más cercano a un halago que podría esperarse.

En estos días una asiática (quién sabe de qué país) se dirigió a mí en su idioma. Fue muy embarazoso aclararle que no éramos paisanas, primero porque la pobre se veía desesperada de hablar con alguien que la entendiera, y luego porque decepcionada creyó que yo me estaba haciendo la polaca (o la israelí, que para el caso da lo mismo).

Un israelí de los que uno tiene por “típico sabra” me acaba de saludar muy sonriente en ruso. No sé si estaba practicando para impresionar a una rubia compatriota de Putin, o si de verdad pensó que yo era una de esas rusas con cara asiática. Después de todo, no me extrañaría que alguien crea también que soy rusa. Todo es posible en este país de diversidades.

Por Fanny Díaz

*Shuk: mercado al aire libre.