El hada de las flores

Florista AshdodUno de mis primeros vínculos con Israel fueron las flores, y siguen siéndolo. Año tras año, viernes tras viernes, el ritual de comprar flores me ha mantenido conectada conmigo misma y con la belleza del mundo. Las flores me han salvado cada vez que he estado a punto de caer.

Así conocí a Tania, ahora mi amiga, una vendedora de flores que a la vez es florista y ama “darle felicidad y belleza a la gente”, como ella describe lo que hace. En una de nuestras primeras conversaciones me contó cómo llegó a las flores tras haber trabajado como policía por años. Un cambio radical, si se piensa en oficios. Siempre había querido ser florista y un día comenzó un curso casi a escondidas. Tras un divorcio intempestivo, se refugió en las flores y poco a poco encontró allí el centro de su mundo.

En mi último día en Ashdod, Tania me invitó a tomar un café, me dio un gran abrazo y me regaló un par de medias para el frío de Jerusalén. También me regaló un abrigo francés para fuera elegante por la vida, sin por supuesto mencionarlo. Hablamos de los sueños, los planes y el mundo. También de la importancia de creer con toda la fe posible que al final todo saldrá bien, siempre. “Hihié beséder”. Nunca hasta entonces había pensado en los lazos que pueden llegar a establecer dos mujeres, inmigrantes para más señas, que tienen una pasión en común. Nunca hasta entonces se me había ocurrido que la gente que da felicidad y belleza mantiene el mundo a flote.

Flores Ashdod

Por Fanny Díaz

Division

Flores: cortesía de la casa

Quien me conoce, sabe a los dos minutos que tengo debilidad por las flores. Es verdad que no sé combinarlas con elegancia, que mezclo “papas con arroz”, que de mis manos no ha salido nunca una composición digna de halago, pero no hay nada que hacer: amo las flores. Y más aún: amo los puestos de flores. Los colores que estallan aquí y allí, la timidez de unas, la altivez de otras, el refinamiento de las largas, la delicadeza de las pequeñas… y el olor de todas juntas. No, no hay nada que se compare a un puesto de flores bien querido, no hay peluquería, no hay tienda de última, no hay restaurante que dé tanto placer a mis sentidos. Creo que no podría vivir en un lugar donde comprar flores estuviera fuera de mi alcance.

Lo primero que hago al llegar a una nueva ciudad es averiguar si tengo cerca un puesto de flores y cuánto cuesta un ramo pequeño, suficiente para adornar las microhabitaciones en las que me suelo hospedar. Pero un puesto de flores es nada sin quien lo atiende.

Con los años he descubierto que si quiero quedarme en un lugar debo escoger “mi” vendedor de flores. Hay que probar mucho antes de decidirse, casi como encontrar el hombre soñado, o más, porque cuando el otro te deje, sólo el segundo podrá consolarte. Puede ser la búsqueda de toda una vida, pero entretanto podría proporcionar momentos memorables. Y digo “vendedor”, porque por extraño que parezca, no conozco ninguna vendedora de flores. Tal parece que en diversos lugares vender flores es un oficio masculino. ¿Quién lo diría?

En Israel hay ventas de flores casi en cada esquina, la mayoría atendidas por estudiantes. No es que lo hagan mal, pero no son verdaderos vendedores de flores. Luego de varios intentos encontré que el mejor lugar para comprar flores es el shuk. Allí nunca falta uno de esos puestos multicolores atendido por su propio dueño.

Supe que había encontrado mi vendedor de flores cuando éste me entregó dos ramos en lugar del que había pedido. Pensé que se trataba de un error, nada extraño, dado mi casi inexistente dominio del idioma. Sin embargo, él se apresuró en aclararme que se trataba de un regalo, y agregó la consabida frase israelí para un recién llegado: “Bienvenida a casa”. Desde entonces cada semana pago uno y recibo dos.

Comenzar una nueva vida entraña un esfuerzo diario para no darse por vencido. Cuando tengo la sensación de que nunca conseguiré mi lugar aquí, solo tengo que pensar en ese ramo de flores que, sin otra intención que hacerme sentir bienvenida, me regala mi vendedor de flores israelí semana tras semana. Quizás, pienso cada vez, esa es la verdadera señal de que he llegado a casa.

Fanny Díaz