
En casi cualquier lugar de este planeta superpoblado la gente pasa gran parte de su vida camino al trabajo, generalmente atrapada en el tráfico, o debido a la distancia.
A pesar de lo que cualquier israelí pueda decir al respecto, creo que aquí el tráfico es un asunto menor. Sé que en Mumbai muchos prefieren caminar durante horas, porque en un autobús podrían pasar más tiempo sin siquiera moverse de sitio. En Caracas parte de las proezas cotidianas es evitar la “hora pico”, que en un día de lluvia podría durar toda la mañana. En Bogotá la gente debe dejar su carro en casa una vez a la semana… Cuando en Israel alguien se queja del tráfico no puedo más que mirarlo con la condescendencia de quien sabe que el otro ha vivido poco.
Incluso en la apretujada Tel Aviv las colas están lejos de ser algo de temer, a menos que algún chofer haya decidido mostrar su habilidad para el balagán, el casi omnipresente desorden israelí. Una cosa sí es peculiar en este país diminuto: si por esas rifas del destino a uno le toca un trabajo que exija viajar más de una hora, en la práctica se habrá ganado una expedición antropológica diaria.
En hora y media se va de la costa mediterránea al semidesierto; de escuchar ruso como lengua local, a tratar de entender una mezcla de árabe y hebreo, con el infaltable añadido de inglés que todo israelí utiliza para dirigirse a cualquier recién llegado, sin importar si entiende o no.
A pesar de los cambios del paisaje, sin embargo, nadie se sentirá demasiado perdido. Algunas vistas permanecen. Ahí está ese latinoamericano que discute por teléfono a todo volumen un enrevesado problema personal, confiado en que nadie a su alrededor entiende lo que dice, o quizás eso le tenga sin cuidado. Más allá alguien desayuna de prisa sentado en una acera: en cualquier otro sitio la gente corta de tiempo come mientras camina; en Israel, el honor a la comida está primero. Aquí y allá cualquiera te dirá “mótek (dulce)” sin haber hecho lo mínimo para merecerlo, con tanta gracia, que uno no puede sino sentirse contagiado por la familiaridad. Entre tanto, una solitaria voyerista atraviesa cada día el país liliputiense, toda oídos, toda ojos, toda piel.
Fanny Díaz
ahhhhhh esto , al leerlo , me supo a canela , y a té , y al cálido vaho del desierto y a «Borch» , y a postal en tecnicolor . gracias
Gracias, querido lector. Es que tengo todos esos sabores revueltos con el Caribe, mar y mar, azul y verde, tecnicolor.
Que envidiable sensibilidad y escritura. Esos lugares y momentos, unos vividos, otros desconocidos por mi, logran dibujarse en mi mente al leerte. Abrazos querida amiga.
Gracias, mi gran lectora por tanto tiempo, siempre generosa.
Abrazos mi querida amiga
Gracias por esta pequeña travesía literaria a esos parajes desconocidos, distantes, misteriosos.
Gracias por la suavidad de la entrega, por un momento estuve allí, en ese desayuno pero desde esta acera.
Gracias a ti por la visita y la lectura detenida. Espero que un día de estos podamos desayunar sin prisa.