
Este recorrido comenzó hace mucho, con el sueño de reducir mi casa a una mochila y recorrer el mundo sin más dirección conocida que mi email. Algunas mudanzas después y varios años en Israel, el “modo sobrevivencia” era la regla. Uno de esos días en que todo parece ir mal, tomé la decisión de regresar a los sueños, porque creo que dejar que éstos mueran es –como diría Capote– tan doloroso como la muerte misma.
Cuando al fin logré reducir todo a dos mochilas, no a una como hubiera querido, súbitamente sentí la aprehensión a lo desconocido y a una de las más crudas incertidumbres: no tener domicilio conocido equivale en realidad a ser un sin casa, un homeless. Ahora, enfrentada a la realidad, el experimento perdía todo el glamour del que yo lo había investido. Aun así, mi propósito de recorrer Israel no estaba en cuestión.
Años atrás en el metro de Nueva York escuché a un sin casa decir “I am homeless but not hopeless”. Un gran mantra aun para quien haya decidido conscientemente quedarse sin domicilio conocido. La diferencia es que yo vivo en Israel, la tierra de los milagros, una casa grande a pesar de lo pequeño (o quizás precisamente por eso).
Uno de mis retos era (es) vencer la resistencia a pedir ayuda. Por supuesto, no pretendía ni pretendo vivir a expensas de mis amigos o potenciales conocidos de couchsurfing.com, pero la posibilidad de pedir que me recibieran por algunos días comenzó a ser un ejercicio de desprendimiento y humildad.
Jerusalén de oro
Mi primera parada fue Jerusalén. Un Shabat en la Ciudad Santa es el inicio perfecto de cualquier recorrido por Israel.
El domingo por la mañana fui al Kótel Hamaharaví (el Muro Occidental del Segundo Templo, o Muro de los Lamentos, como se le conoce), paseé por Jerusalén como una turista, dejé que la gente me hablara en inglés sin aclararle que, aunque mal y con acento, hablo el hebreo suficiente para resolver casi cualquier situación cotidiana. Dejé que mis anfitriones me sirvieran el almuerzo y me desearan un feliz viaje, una gran aventura, unos días más calmados.
Alguien podría creer que la escogencia de no tener casa es una privación innecesaria, pero creo que es más bien un ejercicio obligado para quien estuvo demasiado tiempo encerrada en casa.
Pronto pasará. Seguiré con mi propósito de viajar, solo que ahora entiendo el sentido del concepto de pied-à-terre. Pero esa es otra historia. Ya vendrá ese capítulo. Ahora hablemos de esta increíble aventura de salir a la calle. Hay un mundo allá afuera y mucho por descubrir.






Por Fanny Díaz
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