Ciclista cubano ejemplo de superación

Por Daniel Santacruz

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Damián López Alfonso y el autor con Jerusalén de fondo

Damián López Alfonso tenía 13 años cuando se electrocutó al tratar de bajar una cometa que se había quedado enredada en un cable eléctrico. Trece mil voltios de corriente entraron en su cuerpo y, como consecuencia, sufrió quemaduras graves en la cara y el torso. También perdió los antebrazos.

Tuve la oportunidad de montar en bicicleta con Damián, que ahora tiene 37 años, por Jerusalén recientemente.

Damián, que vive en La Habana, Cuba, vino a Israel invitado por el Hospital Alyn a participar en una competencia ciclística para recaudar fondos para éste. El hospital trata pacientes lisiados y quemados.

Varias organizaciones, además del doctor de Damián, enviaron correos electrónicos buscando un voluntario en Israel que hablara español para sacarlo a conocer Jerusalén en bicicleta pues no habla inglés o hebreo. Yo me ofrecí.

Su lucha por no dejarse derrotar por la tragedia es ejemplar. Superando sus impedimentos físicos, Damián es ciclista profesional y ha competido en varios torneos en México y Canadá. El último fue aquí en Israel.

Su bicicleta Fuji, de varios miles de dólares, fue donada por una organización en Estados Unidos y adaptada a sus necesidades. A pesar de no tener antebrazos, la maneja con destreza. Para mi sorpresa, es mecánico de bicicletas en La Habana.

Vive con su madre y, como muchos cubanos, adolece de ciertas necesidades. Al final de nuestro paseo, que incluyó la Ciudad Vieja, la Calle Ben Yehuda y el barrio de Mea Shearim, le regalé un juego de herramientas para que use en su taller, pues son difíciles de encontrar en Cuba.

Damián vistió los colores de la bandera de Cuba el día que salimos: rojo, azul y blanco. Y en la espalda, en azul, las cuatro letras del nombre de su país.

Daniel Santacruz es periodista,
investigador de la lengua ladino,
editor del website kolsefardim.net

Colores del verano israelí 2013

Por Fanny Díaz

VeranoenIsraelEste año el final del verano resultó eclipsado por las fiestas mayores (Rosh Hashaná, Iom Kipur y Sucot), que llegaron más temprano que otras veces.

Por eso quisiera guardar algunos colores veraniegos para volver a ellos cuando las lluvias y el frío húmedo de Israel amenacen con hacerme olvidar la luz.

 Librodelavida

Unas mariposas emergiendo del libro de la vida del artista estadounidense David Kracov fueron el primer guiño del verano desde la vitrina de una galería de arte en Jerusalén.

PlazaHabima

 Las flores multicolores de la plaza Habima en Tel Aviv me recuerdan que vivo en un país que después de 65 años sigue embelleciendo el desierto.

FashionPantoneIsrael

Fashion y Pantone, vieja dupla, me han alegrado la vida por muchos años. Esta vez lo hacen desde la bolsa de una popular cadena de ropa israelí.

Con las manos en la máscara

Por Fanny Díaz

En 2011 escribí un post sobre la experiencia de un olé jadash al retirar su primera máscara antigás. Dos años después, la amenaza de un ataque se cierne sobre Israel una vez más. De nuevo los recién llegados deben retirar su “equipo de defensa”, de nuevo la angustia se apodera del día a día, de nuevo los rumores son la principal fuente de información.

¿Qué hacer? Algunos consejos prácticos

  • Obviamente, lo más importante es permanecer en calma. Confiar en que Israel, no sólo está preparado para un ataque, sino que su principal preocupación es la protección de sus ciudadanos.
  • El Home Front Command, “Pikud Haoref”, la institución israelí encargada de la seguridad ciudadana en casos de conflicto armado o desastres naturales, es la mejor fuente de información. Para cualquier duda o solicitud llamar al teléfono 104.
  • En la página web de Pikud Haoref se encuentra una guía de los lugares de distribución de máscaras antigás:
    http://www.oref.org.il/901-11957-en/Pakar.aspx
  • También se puede solicitar el envío a través de la oficina de correos con solo cancelar 25 shékels, pero esta opción toma al menos 18 días hábiles. Teléfono: *2237 o dejar un mensaje.
  • Las municipalidades cuentan con un servicio de ayuda sobre aspectos locales en el número 106.
  • Aunque todos lo sabemos, es necesario repetirlo: jamás saques la máscara de la caja para practicar cómo usarla. El aire deteriora los filtros y las sustancias protectoras que ésta contiene.
  • Si por alguna razón no se obtuvo la máscara, no hay que angustiarse. En este momento se está asignando máscaras solo a los ciudadanos israelíes, pero en caso de emergencia el ejército de Israel monitoreará que todos sus ciudadanos y residentes estén debidamente protegidos.
  • La vida continúa de manera normal en Israel. No hay llamados de alerta ni luz roja. La mejor protección es conocer el protocolo de emergencia, qué hacer, hacia dónde dirigirse y cuál es el refugio más cercano en caso de no contar con cuarto de seguridad (maamad) en casa.
  • Sí, ya lo dije, pero quisiera repetirlo: confía en que Israel cuenta con gente capacitada y provista con los mayores adelantos actuales para la protección de la población civil, que en caso de una crisis (Dios no lo permita) estará allí para protegerte.

Quien salva una vida, salva al mundo entero.
Talmud

FuentePikud Haoref, amotherinisrael.com

Verano israelí 2012

Con este segundo álbum de verano, se está creando una tradición: veranos israelíes en viejacasanueva.net

Otro atardecer en el Mediterráneo
Aquí cabemos todos (acalorados)
Una nueva idea de Zapatos Katalina está por nacer
Dos estilos veraniegos, un solo hobby: hablar por teléfono
Moda de Israel para el mundo
Reggae escrito en alef-bet

Y los sueños, sueños son

¿Ella sueña o espera?

Hace días que llueve casi sin parar. El viento sopla tan fuerte que salir de casa parece un reto a la naturaleza. Es marzo y temo que el sol se ha olvidado de Israel.

Mientras nos abrimos paso entre la lluvia y el viento mi vecina y compañera de trabajo me dice: “Tú que eres una persona racional [ignoro cómo sacó esta conclusión], ¿no te parece que es más fácil ganarse la vida vendiendo agua de coco fría en las playas de Río de Janeiro que desafiar este clima para ir a trabajar en una fábrica,  así sea de juguetes?”. Al principio creo que está bromeando, pero la mal disimulada gravedad de su expresión me dice que habla en serio: “Estoy decidida a aprovechar la bonanza olímpica brasilera para vivir sin horarios ni dictaduras atmosféricas”.

Pienso en las posibilidades de negocios, en la competencia, en el nicho, en las estrategias a seguir. Pienso en la campaña de mercadeo del agua de coco, la puesta en escena, cómo sacarle provecho a lo aprendido en Israel. Hay que concebir unos personajes atractivos, que destaquen entre los competidores, porque seguro que no pocos habrán tenido la misma idea de irse a vivir los juegos olímpicos, disfrutar de la playa y ganar dinero en un país donde no se necesita tanto papeleo para montar un negocito.

Los infaltables turistas israelíes serán un nicho perfecto. No nos hará falta la fluidez en hebreo que ahora nos impide aspirar a un mejor trabajo. En comparación con su portugués, nuestras cuatro palabras en hebreo serán más que suficientes. Un look de los años ochenta copiado de nuestras compañeras de trabajo venidas de Europa del Este hará el resto, como contraste con la ultracontemporaneidad de las mujeres de Río. Estamos listas para el éxito empresarial en una playa multitudinaria al pie del Pan de Azúcar.

Mi amiga no toma en serio mi apego por los detalles ni mis manías planificadoras. Lo suyo es mantener en forma la capacidad de soñar. Cuando un sueño muere, hay que sustituirlo pronto. Es cierto que “La muerte de un sueño no es menos triste que la muerte, y, de hecho, exige a aquellos que lo han perdido un duelo profundo”, como dice Capote. Pero pasado el duelo, hay que encontrar un nuevo sueño, por intrascendente que parezca. No se puede ir por la vida sin alma.

Fanny Díaz

Un ejército conquistador recorre el mundo

Un rincón de la ñ en Allenby, Tel Aviv

El español, o castellano, como todavía algunos prefieren llamarlo, sin prisa pero sin pausa —para usar una expresión castiza, a tono con el tema— sube escalones en las estadísticas de lenguas con mayores hablantes en el mundo. Uno tendería a pensar que en buena medida será gracias a las enormes familias latinoamericanas, pero resulta que, según otras estadísticas, el tamaño de esas familias disminuye año tras año.

Antes solía creer que la creciente popularidad de la lengua de Cervantes se debía a la contribución de, no faltaba más, el gran autor y su caballero de La Mancha, los premios Nóbel de literatura, o incluso los best-séller de Isabel Allende. Con el tiempo he logrado entrever algunas otras vías.

En Israel prácticamente toda jovencita cree poder sostener una conversación básica en español, gracias a las telenovelas. Claro que las pocas frases coherentes irán salpicadas de “mi amor, qué bello, que viva la vida”. Dependiendo del origen de la telenovela favorita, conjugará los verbos de una manera u otra, o utilizará determinado localismo, cuyo uso específico rara vez alcanzo a comprender. Por supuesto, estas muchachas esperan que uno prefiera hablar con ellas en “español”, en lugar que romperse los dientes tratando de hablar hebreo. Total, piensan, para qué se necesita aprender este idioma hablado por unos pocos millones, cuando hablas una lengua de cientos de millones. Buena pregunta.

Ahora resulta que los chinos han descubierto España y unos cuantos quieren aprender la lengua. Pero ya uno sabe cómo calcular “unos cuantos” cuando de chinos se trata. Agréguese a esto sus negocios latinoamericanos y el mercado de los millones de hispanohablantes que viven en Estados Unidos. Tampoco habría que desestimar los aportes de la familia Iglesias, ni los aullidos bilingües de una loba o las canciones olímpicas.

Todo esto sin duda ha contribuido a la expansión de esta lengua heterogénea y milagrosamente cohesiva a la vez. En estos días, sin embargo, me percaté de otra razón de esta avanzada lingüística: la diáspora latinoamericana y el latin lover. Sí, la leyenda no murió con Rubirosa.

El alma latinoamericana, ese crisol de razas como diría un intenso, tiene tendencia a ligarse con “otros”: mis nuevos vecinos son una pareja formada por una etíope y un latinoamericano, cuyo origen no viene al caso. Ella repite cosas como “barriga llena, corazón contento”, que su marido le ha enseñado mientras cocinan. Aprende un español de diminutivos y frases hechas, como “amiguita, qué frío hace. Hasta la vista”. La patria es la lengua, me digo. Qué patria tan pintoresca la nuestra.

Resulta al menos curioso que dos de las grandes lenguas contemporáneas deban su expansión a las Américas. Alguien lo llamó “la venganza de las colonias”. Pero a diferencia del inglés, que se hizo imprescindible por el poder de una colonia devenida imperio, el español se abre paso en parte gracias al trabajo personalizado de millones de amorosos trashumantes. Quien no haya participado en esta cruzada, que lance el primer desmentido.

Fanny Díaz

Otras huellas de la diáspora latinoamericana
(shuk  haCarmel, Tel Aviv)

Expatriated dream

«Si del cielo te caen limones aprende a hacer limonada»

Allí estaba, enfrentándola con sus ojos rojos, un enorme ratón neoyorquino. Una cosa es verlos entre la basura callejera y muy otra encontrárselos en casa. No hay manera de atreverse a retar uno de estos ejemplares. Había una sola opción: pedir auxilio, y como la desesperación solo brota en el idioma materno, los gritos en español retumbaron en todo el vecindario.

En un restaurante vecino un grupo de trabajadores mexicanos respondieron al llamado. Me imagino el grito del escuadrón de salvación: “Alguien de la raza se encuentra en peligro. Allá vamos”. Pocos minutos más tarde el infame ratonzuelo yacía en el basurero del que nunca debió salir.

Cuando ella intentó retribuir con dinero (equivalente al menos a cuatro horas de trabajo) los hombres reaccionaron ofendidos: “Los favores no se pagan, especialmente cuando uno está lejos de casa”. Nunca olvidará aquella primera lección de nueva inmigrante de la clase media venezolana. “Eres parte de una gran cadena de ayuda”. Suena a frase arreglada, a manual de nueva era, pero desde entonces ella intenta retribuir favores con favores, o con una palabra amable, o sostener una puerta a una desconocida que arrastra al mismo tiempo un cochecito y las compras de la semana. Intenta no olvidar que ser inmigrante no te da derecho a volverte un resentido, o si consigues el éxito soñado, a restregarle a los demás tu estatus.

En algún momento todos necesitamos del apoyo, anónimo o abierto, requerido o recibido como única opción. Atrapados en el laberinto, alguna vez todos necesitamos una Ariadna. Si hay algo que aprender para salir airoso y conservar intacta la propia humanidad, es “pedir ayuda y dejarse ayudar”, algo que no se le da bien a casi nadie. También hay que confiar en que siempre hay un escuadrón de salvación dispuesto a responder a un llamado de auxilio, y que no importa cuán poco tengamos, nosotros podemos ser parte de él.

Fanny Díaz

Trabajando aunque sea fallo

Camino al trabajo

Cada día, en cualquier parte del mundo, millones de personas pierden su empleo, cambian de lugar en busca de una mejor opción, sueñan con el momento de volver a tener un pago mensual (o semanal, o quincenal, depende del país, poco importa) en sus manos. Todavía creen que un “empleo seguro” es lo único que necesitan para vivir mejor.

¿“Empleo seguro”? Cuando escucho a alguien hablar el idioma de los funcionarios me pregunto qué parte habrá que explicarle para que entienda algo. Si uno ve a su alrededor un ejército de desempleados y otro ejército de gente que vive bajo la tiranía del fantasma del desempleo, lo menos que podría pensar es que ya no hay nada seguro, ni siquiera la muerte (ahora la gente vive demasiado y la mayoría no está en capacidad de jubilarse). Pero los humanos somos lentos para asimilar ciertas realidades. ¿La peor parte? La condena colectiva para quien se atreva siquiera a sugerir que algo no anda bien en la ecuación trabajo fijo = seguridad.

Y aquí estoy yo, cada día buscando una manera de justificar mi existencia. Hay que callarse ciertos pensamientos. Hay que asentir si no quiere uno convertirse en un total paria. Hay que buscar un oficio serio, en vez de querer vivir de las palabras, que ya casi nadie lee, por si no te has dado por enterada.

Así que busco ayuda en una cosa que llaman “Manpower, Koaj Adam, ¿poder humano?”, y en vista de mi poca ortodoxa experiencia profesional tengo que apechugar con lo que salga. “¿Ha trabajado usted solo en libros?”. “¿Solo? Bueno, he trabajado como en cien libros”. “Quiero decir que si usted sabe hacer algo más que leer libros”. “Oiga, que no me pagaban para leer libros, sino para cuidar que salieran bien”. En fin… que no aclares tanto, que oscureces, como dicen en mi pueblo.

De ahí salgo empoderada (como dirían los libros de gerencia en los que alguna vez trabajé), hacia una verdadera vida laboral. Me envían a doblar ropa en un depósito de cadenas internacionales. Toda la ropa cara que no podré comprarme a menos que no pague la renta ni coma, pasa por estas manos tan acostumbradas a la manicura y al teclado. Las doblo cuidadosamente a la mayor velocidad posible (una combinación de acciones que no siempre se me da bien), luego quito la etiqueta extranjera y pego la nacional. Al menos ya sé distinguir la que está en hebreo, me consuelo. Todavía vivo de las palabras.

Cientos de mujeres venidas de casi cualquier parte del mundo realizan la misma acción maquinal una y otra vez. Han llegado de lejos buscando una mejor vida y quizás de verdad esta sea mejor que la que tenían en casa. No es un empleo seguro, pero es al menos un empleo. Yo he venido tras el sueño sionista, y los sueños se pagan. No estamos en temporada de ofertas.

Fanny Díaz

Maletas de historia

Siempre soñé con reducirlo todo a un morral, soltar las amarras y recorrer el mundo. Un día aquí, otro allá, mañana quién sabe dónde. Me iría con mi escritura y mi angustia a otra parte, cualquier parte, siempre una nueva parte. Lo mío sería la travesía perpetua de una beduina intercontinental.

Y heme aquí, con dos maletas gigantescas en un cuarto minúsculo al sur de Israel. Alguien quiere cambiar de vida y se lleva la antigua a cuestas. Escoge las cosas que se imagina extrañará y las va poniendo en una maleta. Cuando se da cuenta, no es suficiente una. De pronto, al otro lado del mundo se sorprende viviendo casi la misma vida, con casi las mismas cosas y, peor aún, casi la misma angustia.

Hace falta más que cruzar un océano para cambiar de vida. Hace falta dejar atrás, y también preguntarse si “cambiar de vida” no es una pretensión carente del más básico sentido histórico. Hace falta encontrar un equilibrio entre dejar atrás y cargar con maletas de historia, si no, puede uno llegar a convertirse en alguien siempre de paso sin moverse: no en un ciudadano del mundo, como soñaron los abuelos, sino en un nostálgico. Sí, es necesario mirar por el retrovisor, pero para seguir adelante hay que estar alerta, en el aquí y ahora. Tomar y soltar, una y otra vez.

Seguramente algún día lograré mi sueño de vivir en un morral. Por lo pronto esas maletas gigantescas son un recordatorio de los sueños. Dondequiera que uno esté debe encontrar la manera de mirar el mundo desde esa edad en que todo lo nuevo parece bueno.

Fanny Díaz